¿PARA QUÉ UNA REUNIÓN CON UN CANDIDATO PERDEDOR QUE JUEGA AL TODO O NADA, COMO CAPRILES RADONSKY, PARA HACERSE AL PODER EN VENEZUELA?
Para quienes hemos pagado siempre las consecuencias de las decisiones desacertadas de los presidentes colombianos respecto a las relaciones con Venezuela, no acabamos de entender, cuál era la importancia para el Presidente Juan Manuel Santos y el Gobierno Nacional aceptar una reunión en el Palacio de Nariño, con el candidato que no solo ha perdido en seis meses dos elecciones presidenciales, sino que lidera un sector extremista, golpista y visceral de la oposición venezolana, que pretende desconocer los resultados y el funcionamiento de un sistema electoral ampliamente reconocido por decenas de países que no han dudado en calificarlo como uno de los mejores del mundo, con excepción del gobierno estadounidense, al igual que desconoce al conjunto de la institucionalidad venezolana.
Cualquier ciudadano del mundo tiene el derecho de gustarle o no, de acuerdo a su formación, a sus intereses, a sus ideales y creencias, los distintos modelos de gobierno y políticas, que se aplican en uno u otro país. Eso es respetable. Pero esa postura legítima no puede llevarnos a desconocer las reglas de juego que han sido escogidas por las mayorías de los ciudadanos (as) de esos países, o pretender que por no pensar igual a nosotros, lo de ellos es ilegitimo y peor aún, prestarnos al juego de intereses políticos y económicos de quienes creen que pueden recuperar el poder perdido, a cualquier precio y mediante cualquier método.
Tenemos la impresión que ésta, fue una reunión forzada, en reversa, como dicen. No hay razón alguna que pueda explicar tamaño error. En particular, reconociendo las habilidades políticas y de diálogo del presidente Santos. Su astucia no solo para jugar póker, sino también para hacer política. No es un secreto para nadie que una de las metas tras ser elegido presidente de Colombia, fue rescatar las relaciones con Venezuela y el resto de países latinoamericanos, como único camino para sacar del aislamiento continental al país, tras la herencia dejada después de ocho años de gobierno de Álvaro Uribe Vélez.
¿Qué o quiénes llevaron o presionaron a Santos a brindar apoyo y legitimidad política a una estrategia a todas luces desestabilizadora, que lidera el excandidato Capriles en Venezuela? ¿Sería la reunión sostenida días antes con el vicepresidente de Estados Unidos Joe Biden? ¿Será una forma de enviar mensajes o cumplir acuerdos con sectores recalcitrantes del uribismo? O esa es la verdadera condición del presidente Santos, jugar siempre a tres bandas.
Debió tener razones de Estado muy fuertes para aceptar semejante reunión. Además, lo más grave, es que esa reunión presidencial le abre el camino a los sectores radicales de la oposición venezolana, para elevar la interlocución política desestabilizadora a nivel de Jefes de Estado, que no tenían.
Antes de ese bochornoso capítulo, las giras internacionales de esos sectores no pasaban de reunirse con líderes y dirigentes políticos en la mayoría de países que visitaron como España, Chile, Uruguay y Colombia, de reconocidas posturas ultra conservadoras, de extrema derecha y con fuertes vínculos a sectores golpistas y violentos. Es decir, lo más oscuro y decadente de la política regional.
El esfuerzo por restablecer las relaciones bilaterales con Venezuela fue grande, así como llevarlas a la normalidad y generar nuevos niveles de confianza y trabajo mutuo, sobre todo si tenemos en cuenta las condiciones en que el expresidente Uribe las dejó. A pesar de la multiplicidad de incidentes y desacuerdos que han ocurrido, a lo largo de nuestra historia de vecindad, ningún gobierno se había encargado de deteriorar y llevar las relaciones bilaterales a un punto tan riesgoso para la seguridad de los dos países como al que se llegó.
Violar el acuerdo logrado con el presidente Hugo Chávez en presencia del Canciller de Venezuela en ese momento y actual mandatario de Venezuela, Nicolás Maduro Moros, en Santa Marta (Colombia), es una afrenta al gobierno de esa nación autónoma y a los venezolanos, porque el eje de ese acuerdo era el respeto a la soberanía de cada país.
Se incumplió la palabra empeñada durante ese histórico encuentro, pues el presidente Santos le abrió el camino a sectores de la derecha venezolana, que participaron del golpe de estado contra el presidente Chávez en 2002, que llevaron a cabo el paro petrolero, que organizaron, entrenaron y trasladaron desde Colombia hasta Caracas a más de un centenar de paramilitares para asesinar al Jefe de Estado y que actualmente aplican la estrategia del golpe suave, creando un clima de incertidumbre en complicidad con los medios de comunicación privados con base en una supuesta ilegitimidad del gobierno, combinado todo ello con el sabotaje económico, la implementación de un macabro plan de desabastecimiento de algunos productos de la cesta básica para traer hambre y desesperación al pueblo venezolano. Es decir lo que se hizo fue abrir la caja de pandora, en donde todos sabemos ya donde comenzó, pero no, donde va a terminar.
Wilfredo Cañizares Arévalo
Director ejecutivo
Fundación Progresar
Cualquier ciudadano del mundo tiene el derecho de gustarle o no, de acuerdo a su formación, a sus intereses, a sus ideales y creencias, los distintos modelos de gobierno y políticas, que se aplican en uno u otro país. Eso es respetable. Pero esa postura legítima no puede llevarnos a desconocer las reglas de juego que han sido escogidas por las mayorías de los ciudadanos (as) de esos países, o pretender que por no pensar igual a nosotros, lo de ellos es ilegitimo y peor aún, prestarnos al juego de intereses políticos y económicos de quienes creen que pueden recuperar el poder perdido, a cualquier precio y mediante cualquier método.
Tenemos la impresión que ésta, fue una reunión forzada, en reversa, como dicen. No hay razón alguna que pueda explicar tamaño error. En particular, reconociendo las habilidades políticas y de diálogo del presidente Santos. Su astucia no solo para jugar póker, sino también para hacer política. No es un secreto para nadie que una de las metas tras ser elegido presidente de Colombia, fue rescatar las relaciones con Venezuela y el resto de países latinoamericanos, como único camino para sacar del aislamiento continental al país, tras la herencia dejada después de ocho años de gobierno de Álvaro Uribe Vélez.
¿Qué o quiénes llevaron o presionaron a Santos a brindar apoyo y legitimidad política a una estrategia a todas luces desestabilizadora, que lidera el excandidato Capriles en Venezuela? ¿Sería la reunión sostenida días antes con el vicepresidente de Estados Unidos Joe Biden? ¿Será una forma de enviar mensajes o cumplir acuerdos con sectores recalcitrantes del uribismo? O esa es la verdadera condición del presidente Santos, jugar siempre a tres bandas.
Debió tener razones de Estado muy fuertes para aceptar semejante reunión. Además, lo más grave, es que esa reunión presidencial le abre el camino a los sectores radicales de la oposición venezolana, para elevar la interlocución política desestabilizadora a nivel de Jefes de Estado, que no tenían.
Antes de ese bochornoso capítulo, las giras internacionales de esos sectores no pasaban de reunirse con líderes y dirigentes políticos en la mayoría de países que visitaron como España, Chile, Uruguay y Colombia, de reconocidas posturas ultra conservadoras, de extrema derecha y con fuertes vínculos a sectores golpistas y violentos. Es decir, lo más oscuro y decadente de la política regional.
El esfuerzo por restablecer las relaciones bilaterales con Venezuela fue grande, así como llevarlas a la normalidad y generar nuevos niveles de confianza y trabajo mutuo, sobre todo si tenemos en cuenta las condiciones en que el expresidente Uribe las dejó. A pesar de la multiplicidad de incidentes y desacuerdos que han ocurrido, a lo largo de nuestra historia de vecindad, ningún gobierno se había encargado de deteriorar y llevar las relaciones bilaterales a un punto tan riesgoso para la seguridad de los dos países como al que se llegó.
Violar el acuerdo logrado con el presidente Hugo Chávez en presencia del Canciller de Venezuela en ese momento y actual mandatario de Venezuela, Nicolás Maduro Moros, en Santa Marta (Colombia), es una afrenta al gobierno de esa nación autónoma y a los venezolanos, porque el eje de ese acuerdo era el respeto a la soberanía de cada país.
Se incumplió la palabra empeñada durante ese histórico encuentro, pues el presidente Santos le abrió el camino a sectores de la derecha venezolana, que participaron del golpe de estado contra el presidente Chávez en 2002, que llevaron a cabo el paro petrolero, que organizaron, entrenaron y trasladaron desde Colombia hasta Caracas a más de un centenar de paramilitares para asesinar al Jefe de Estado y que actualmente aplican la estrategia del golpe suave, creando un clima de incertidumbre en complicidad con los medios de comunicación privados con base en una supuesta ilegitimidad del gobierno, combinado todo ello con el sabotaje económico, la implementación de un macabro plan de desabastecimiento de algunos productos de la cesta básica para traer hambre y desesperación al pueblo venezolano. Es decir lo que se hizo fue abrir la caja de pandora, en donde todos sabemos ya donde comenzó, pero no, donde va a terminar.
Wilfredo Cañizares Arévalo
Director ejecutivo
Fundación Progresar